viernes, 21 de agosto de 2015

Lazarillo de Tormes - Carta 1

20 de agosto 2015
Querido Ciego:
Hace mucho tiempo que no nos vemos, desde la última vez, que sufriste aquel accidente. Me di cuenta que por abandonarte, escaparme y no preocuparme por su bien, “llegue a la puerta de villa y eche a trotar. No tuve más noticias de lo que Dios dispuso de usted, ni me preocupo saberlo”, por ello, tuve un mal karma. Encontré a un ciego, que gracias a tus docencias para la misa, aquel se convirtió en mi amo.
Pues comparado con este clérigo, usted ciego, es un Alejandro Magno de generosidad, con ser aquel la avaricia misma, “Si digo que toda la avaricia del mundo estaba encerrada en este nuevo amo, nada queda por decir”. ¿Recuerda cuando me daba apenas las sobras de la cena? Pues, este clérigo, no me daba más “que me había asignado de ración una de aquellas cebollas para cada cuarto día”, por ello, gracias por mantenerme vivo, cuando era tu sirviente, porque, aquel me deja desnutrido. Era tan sabio y astuto, como tú, ya que, ocultaba todos los alimentos, que se los ganaba estafando a las personas, “en un arcón, viejo, cerrado con su llave, la cual permanecía atada a la correa con que se ceñía el hábito”.

Por otro lado ciego, algo que aprendí de usted, a imagen de sus acciones, fue robar y actuar con astucia, me las ingenié para comer, ya que, el arcón es viejo y tiene algunos agujeros; se puede pensar que el pan fue víctima de ratones; sacarlo entero no es conveniente, entonces, “comencé a desmigar los panes, tomando uno y dejando otro, de modo que cada tercero o cuarto los rasguñaba”, de esa manera, como quien chupa confites, alivie mi hambre.

También, reconocí que en este mundo, no hay persona, más ruin que mi amo (el clérigo), y mi “solidaridad”, para que ningún enfermo pudiera sufrir con aquella bazofia de persona, le rezaba a mi Señor, para que se llevase a cada enfermo de este mundo. Pero, luego me di cuenta que no era solidaridad, sino egoísmo, cosa que asimilé de usted y mi actual amo, porque, “pienso que tenía bien matarlos para darme a mí vida”. 

Por otro lado, me cuesta pensar dejarlo, porque, aparte, de estar débil y desnutrido, por aquella avaricia, en la que estoy condenado; he tenido dos amos: con usted ciego, moría de hambre, lo deje, y este otro me tiene con ella en la sepultura; si salgo de este y doy con otro peor, “¿Que será de mi sino fenecer?” Con estas razones, no me atrevía a moverme, porque creía firmemente que a lo largo de mis días habría de topar con otros más ruines.

Para finalizar, querido ciego le mando un agradecimiento y reconocimiento por sus enseñanzas a pesar de ser austeras me educaron correctamente. Por ahora, estando en tales angustias, de las que Dios quiera librarme, para optar por una mejor vida.
Saludos.

Lázaro

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